El teatro Isidoro Maiquez se llenó hasta la bandera en un concierto muy esperado por todos: José Ignacio Lapido y su banda estaban preparados para ofrecernos una noche “mágica”.
Sabía como empezar. Los primeros acordes nos llevaron hasta una música celestial que no nos abandonaría hasta el final del concierto.
Una vez más Lapido hizo honor a su sobrenombre y con toda maestría sacó al público del ángulo muerto para llevarnos por la senda de los “carruseles abandonados”, de los “pájaros”....
El escenario desprendía estrellitas con los detalles de Popi sin el bombo, el ingenio de Victor con la guitarra, la exquisitez de Raúl con los teclados y la elegancia de José Ignacio guiándolos en una noche que prometía muchas sensaciones.
Sedujo al público, donde la venus del espejo esperaba en el más allá el regreso del ángel a través de nubes con forma de pistola.
El Maestro dio permiso para que el silencio diera paso a los coros del patio de butacas. Coreábamos la canción del espantapájaros para sorprendernos una vez más del poder de este hombre para enviarnos a un pasado, donde nos esperaba la torre de la vela evocándonos las más variadas emociones.
A mi lado, una soprano en su segundo concierto del admirado Maestro, cantó, gritó, movió hasta los cimientos el hormigonado teatro, para solo bajar el tono cuando se oyó “Por sus heridas” y “Olvidé decirte que te quiero”. Pero volvió a las andadas cuando entramos en el mundo de las sombras y los sueños.
Lapido presentó una muy especial para la soprano de al lado y para mi: “Humo”, aunque nos quedamos con las ganas de oír “Musica celestial” y “Bellas mentiras”, esperamos que para futuros conciertos las incluya.
Hicieron falta dos bises de la banda y aún así nos faltó. Y como si hiciera un homenaje a la tarde que hacía, fue una gozada oír solo la voz de José Ignacio y el teclado de Raúl, entonado “Con la lluvia del atardecer”.
Hizo falta un espejismo para que el encanto desapareciera...hasta un nuevo encuentro.