Araña

Hacerse la víctima parece ser que ayuda a crear simpatías. Pero si se defiende el victimismo, se protege a un informador, lo que provoca la desacreditación del aparente perjudicado.

Si recurrimos a la inferencia del victimismo, hayamos que se derivan conclusiones a partir de premisas, unas aceptables y otras no. Son estas últimas las que tendremos que tener en cuenta para encontrar alguna lógica en el hecho de hacer del victimismo una forma de existir.

La víctima utiliza una retórica demagógica y una actitud defensiva, con un solo propósito: el beneficio personal.

Hará que sus defensores crean que son ciertos los ataques a los que, supuestamente, se le somete por parte de sus detractores, tendiendo a culpar a otros de los males que padece y resguardandose en la compasión ajena.

El sacrificado ve, supuestas insisto, conspiraciones y hostilidades hacia su persona, haciendo que sean otros los que tengan que asumir la defensa de sus responsabilidades, de las que tendría que hacerse cargo la propia "víctima", para ello es fundamental ser honrado.

La persona con el mal del victimismo, tiende a mostrar un pesimismo exacerbado ante la realidad, creyendo que todo a su alrededor se hace con mala fe, cuando en realidad esta malignidad es propia de estas enfermizas personas. También muestra signos de egocentrismo desmesurado, y de un don especial para exhibir una carencia inusitada de educación.

Inventa agravios por los que sentirse discriminado para inculpar a causas externas de todo lo dañino que le pueda suceder. Para la “víctima” cualquier crítica o comentario, será considerado una grave ofensa.

Ilustrado en la cultura de la queja, el supuesto perseguido, o perseguida, hace de este padecimiento una forma de llamar la atención demandando protagonismo mediante lamentos y lloros, traspasando el límite de lo patético.

Suele jugar a dos cartas. Adolece de agravios ficticios ante sus valedores más próximos, y sin embargo, también puede presentar quejas, de esas mismas ofensas, ante los que la "víctima" considera una ayuda de nivel superior, aquellos a los que el perjudicado estima con mayor poder para solucionar sus problemas y así eliminar de su camino, lo que la “víctima” estima que es un obstáculo para su merecimiento particular.

Sin embargo, cuando se juega con el victimismo, para así poder crear apegos temporales, aunque la perfidia no puede hacer amigos, la “víctima” cae en contradicciones, llegando al más terrible ridículo.

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