La música de mi infancia pasaba por los clásicos nacionales, ¡como tenía que ser!. Así que, antes de llegar a la infernal música extranjera, tuve que pasar por el adoctrinamiento del rico mundo melómano patrio. El trauma ocasionado perdura en el tiempo. Mis compañeros de ADN, también tuvieron que pasar por ese trance, pero con el paso del tiempo, aunque compartamos gustos, cada uno ha seguido un estilo distinto.
Mi primera incursión en el mundo de la música he de agradecérselo a los cantos religiosos. Las voces infantiles ya sabemos que son idóneas para cantar con dulzura melodías clericales y hay que aprovechar esa época apta de la lírica puericial.
La señorita Maruja seleccionaba a los alumnos que creía dotados con la voz adecuada para entonar las canciones de los actos dominicales y fiestas de guardar. La mia parecer ser que era idónea para esos menesteres.
Mi compañero de cánticos era Miguel Lagos, parecíamos Sergio y Estíbaliz, pero en versión cómica, aunque tratándose de cantos místicos, la cosa era muy seria.
Además de canciones religiosas también tocábamos otros palos, como cantos tradicionales. Mi memoria falla y solo recuerdo La espigadora, un fragmento de una zarzuela, que por aquella época no sabía a qué género pertenecía, al menos nuestra entonación no era de zarzuela, pero quedaba resultona.
Además de estos momentos musicales dedicados al ensalzamiento espiritual, tenía mis preferencias personales y no pasaban por los grupos nacionales que se oían por aquellos años, aunque ello no impedía que supiera casi todas las canciones, con sus respectivas letras, como buena usuaria de televisión y radio nacional de la época.
Era difícil seguir las nuevas tendencias en la España rural de entonces, pero hacíamos lo que podíamos, que no era mucho. Así que entre la canción del verano y eurovisión, íbamos poniendo algo de ritmo a nuestras vidas.
Antes de tener tocadiscos, la música salía de la radio o del radiocassette, ¡que genialidad!
En estos artefactos el sonido no siempre era estereo, no siempre era limpio y desde luego no siempre era lo que querías oír. Aún así, servía bien a nuestros propósitos.
Un día, creo que tendría diez años, estaba de vacaciones en casa de mis tíos, y ocurrió el milagro que cambiaría mi visión musical para toda la eternidad.
Margarita acababa de comprar un disco y lo puso para oirlo, estábamos todas expectantes. La portada del disco era curiosa: dos hombres trajeados dándose la mano en una calle y uno de ellos ardía en llamas. Recuerdo la primera vez que lo ví, pero sobre todo, recuerdo la primera vez que lo oí.
A partir de ahí, tuve conciencia de lo que quería oír y no pasaba por las rumbas catalanas o las dulzonas melodías de hombres con pantalones marcando tributos. Tendrían que llegar los ‘80 para reconciliarme con la música patria.
Pero antes de que llegara la movida y la banda sonora de mi vida, mis progenitores me ubicaban en casa de algún familiar, cada vez que había un viaje o simplemente un desahogo de algún retoño, es lo que tiene estar en medio… como el de los Chichos…