Hay personas a las que se les llena la boca con grandilocuentes palabras que acaban atragantándoles. Personas que no ven más allá de su ampulosidad personal, convencidos de que su ego está muy por encima de burdas criaturas a las cuales manejar con verborrea melodramática.
Estos divinos seres, que no seres divinos, cambian de hábitat cuando notan que se les acaba el encanto o cuando se percatan de que sus víctimas, cansadas de petulantes manejos, recobran la cordura y se alejan de tan dañino proceder.
Pero vuelven. Sus reincidentes obsesiones por llamar la atención de su entorno, les hace volver en busca de nuevas víctimas, para que la sociedad vea lo grandioso de sus ideas y el valor de tan mayúsculo trabajo. Como dirían en una conocida marca de cosméticos: “Porque yo lo valgo”.
Jean M. Twenge y W. Keith Campbell, dos sociólogos americanos dicen en su libro “Pandemia de Narcisismo”, que es una auténtica plaga la obsesión por la propia persona, y el afán de protagonismo cada día se extiende más a través de los recursos mediáticos para la autopromoción, como pueden ser el manejo de las redes sociales o utilizar una carrera política para fomentar ese narcisismo. Las personas con sana autoestima tienen una buena opinión de sí mismas, pero conservan además el sentido ético por los demás, que un narcisista no puede mantener a causa de la excesiva admiración de las propias cualidades.
Pero el colmo de esta patología egocéntrica, es aprovechar los logros de otros para conseguir sus propias metas.
La soberbia es el más serio de los pecados capitales y sabemos que, aún siendo un país laico esta España nuestra, la religión es parte importante de la existencia de algunas personas que hacen de sus vanidades una forma de vida. Rezan por el prójimo, pero con una oración pedante e inmodesta, para demostrar una vez más, su semejanza con el Supremo y su notable distancia con las demás criaturas terrenales.
Llamar a una persona pedante no tuvo siempre connotaciones negativas. Hubo un tiempo en el que se utilizaba para llamar a los maestros que caminaban de casa en casa para dar clase a sus alumnos. Era la rivalidad entre candidatos a ser elegidos para la enseñanza a domicilio, lo que provocó que se exigiera la máxima preparación para dicho trabajo. El resultado fue contraproducente: sólo conseguían el trabajo los más relamidos y sabiondos, ya supiesen o no de lo que hablaban.
Hoy en día la pedantería tiene mucha difusión, ya que el afectado busca medios de comunicación para expandir lo que él cree que es un valor en alza: él mismo.
Encontrar en un solo individuo todas las variantes del autoenamoramiento es fácil, el estar prendado de su persona le hace ser poseedor de todos los sentimientos de valoración sobre él mismo y llevarlo hasta extremos patéticos.
Al igual que Lucifer, la persona con sobredosis de soberbia, se convertirá en el “ángel caído”.
No se puede ser semejante al Altísimo y a la vez pasearse entre mortales.