Hay discrepancias con respecto a quién fue el inventor del zapato de tacón. Allá por los dorados años de los bellezas egipcias, parece ser que se empezaron a usar y ya se podían ver hombres y mujeres utilizando este calzado alto.
Sin embargo, en el siglo XV es cuando se empieza a utilizar para el correcto funcionamiento de la cabalgadura. El zapato debía encajar bien en el estribo y así prevenir las caídas.
El gran Leonardo también hace referencias a los zapatos de tacón para una buena cabalgadura y deja constancias en algunos de sus dibujos.
Ya en la Francia de Enrique II, en el día de su boda con Catalina de Médici, ésta popularizó los escarpines de tacón. Le seguirían Madame Pompadour, Luis XIV y todo aquel que quisiera seguir los dictados de la moda hasta los actuales tacones de aguja.
Aunque su uso ha tenido altibajos a lo largo de la historia, siempre habrá un buen zapato de tacón para el realce de un atavío. Son imprescindibles para una ceremonia, una reunión de trabajo, una fiesta; los hay de todos los colores, texturas, pieles, tamaños y mezclas inimaginables.
Este tipo de calzado ha llegado a tal grado de solicitud que su uso se hace cotidiano, aún poniendo en riesgo la salud de piernas y espaldas.
El zapato de tacón alto dejó de ser una parte accesoria de nuestra vestimenta, para dar paso a un protagonismo casi absoluto. Ahora bien, no por llevar un par de zapatos con un tacón de vértigo, está garantizada la elegancia y el glamour.
Podemos ver a mujeres muy jóvenes calzando unos impresionantes zapatos con unos tacones que producen mareo. La inestabilidad que se les ve, está casi igualada con el miedo que reflejan sus rostros, pero todo sea por una causa: la de impresionar a un varón.
En la creencia de producir envidia viven estas damas y su osadía al lucir tamaña monstruosidad, las hace víctimas inocentes de una futuras dolencias de las que aún no son conscientes. Se les ve dando pasos inseguros, pero con la convicción de que tienen que pasar tan terrible trance si quieren dejar atrás una dulce niñez, para entrar en una desbordante adolescencia.
Llegado el momento, como suele ocurrir en cada etapa de la vida, bajarán de sus adorados zapatitos a la realidad de unos buenos y cómodos calzados. Y con un poco de suerte, no volverán a poner en peligro su integridad física, al menos no subidas en esos pavorosos tacones.