Después de leer tantas y tan buenas críticas del nuevo trabajo de José Ignacio Lapido, me da un poco de pudor la posible simpleza de mis palabras, de todas formas no pretendendo hacer una crítica como lo haría una revista de música especializada. Tampoco es mi intención escribir un libro como Jordi Vadell, genial, por cierto. Pero sí desde la humildad de este blog, me gustaría dar mi modesto parecer de su último trabajo y mi agradecimiento por obsequiarnos con otro magnífico disco y confirmar lo emocionante que es la espera cíclica de sus entregas.
“Formas de Matar el Tiempo”, nos llega con diez excelentes canciones, totalmente “lapidianas”, que ya se intuía en el avance que nos ofreció con “Muy lejos de aquí”.
Dejando a un lado los medios ritmos, los riff iniciales, los blues sureños y demás, con vuestro permiso, me voy a sumergir en el lado emocional del disco desde un punto de vista muy personal e intentaré transmitir desde aquí mi percepción de la música de Lapido.
Cuando sacamos - una superlapidiana de trece años y yo- el cd de la carátula y lo introducimos en el reproductor, sentimos una especial agitación a la espera de saber qué nos traerá de nuevo el Maestro, con la certeza de que no nos defraudará.
Después de años poniendo la banda sonora a nuestras vidas, Lapido nos presenta diez joyas musicales, que nos disponemos a degustar, las dos solas, para sacar todo lo que podamos de las primeras escuchas.
Desde la primera nota de “Un día de perros” hasta que el disco deja de sonar con “Al azar”, deja claro una vez más que lo ha vuelto a hacer, presentando diez magníficas canciones con la placentera sensación del trabajo bien hecho. Un séptimo disco en solitario, que te absorbe completamente y no permite tener la atención centrada en otra cosa que no sea el gusto de oír la voz del Maestro entonando unas letras que jamás te dejan indiferente.
Nos vamos adentrando poco a poco en un mundo conocido, al menos para los que seguimos la trayectoria de este granadino, capaz de sacar dulces melodías, que si bien tienen como bandera el pesimismo o el desencanto, deja espacio a la esperanza desde su particular forma de ver el mundo.
Habla de confusión, de lágrimas, de falta de futuros prometedores, de vías muertas, de lo que pide el cuerpo y lo que pide el alma. Dice que la vida es dura como el olvido, que no hay nada que hacer y todo acabó y que la cosa está que arde... que lo dejemos al azar.
Pero el buen hombre, pone música a todo este desvarío y nos cuenta cosas maravillosas. Nos propone esperar a que las nubes se abran, también que habrá que inventar un nuevo idioma. Asegura que la vida es puro delirio y que aún quedan cosas por hacer, que todo irá bien cuando consiga poner en hora el reloj de arena, que iluminemos la oscuridad y que ya es hora de volver.
Como salidas de un torbellino emocional, así acabamos la primera pasada, el primer repaso a diez temas inspiradores, “Cuando por fin”, “Desvaríos”, “No hay vuelta atrás”, “La ciudad que nunca existió”, “Está que arde” o la que que considero la joya de la corona “40 días en el desierto”....
Luego vendrían las demás escuchas, más reposadas, perdiéndonos en las letras y en la música, porque lo que no nos diga Lapido con las palabras, nos lo dice con unos acordes de guitarra.
Creo que si no hubiera existido, lo tendríamos que inventar.
Este gran músico, el poeta eléctrico, valorado como el mejor letrista rock español, ha vuelto con un trabajo, que se ha colocado en la lista oficial de ventas en el puesto 25, después de 30 años en la profesión y con siete discos en solitario, parece que al fin se reconoce la genialidad de un músico considerado de culto, aún cuando eso no dé para pagar facturas.
Solo espero que nos siga ofreciendo su música tal y como lo ha hecho en las últimas tres décadas, con la elegancia y maestría a la que nos tiene acostumbrados.