El despatarre ha salido de los asientos de los autobuses y del metro, para entrar en el lugar más importante del país.
No, no hablo del Palacio de la Zarzuela, ahí nuestra soberana se encargará, supongo, de cerrar las piernas de su esposo para que ella tenga el suficiente espacio para sus reales posaderas.
Tampoco hablo del Senado, lugar ilustre donde los haya, y que los ciudadanos estamos tan acostumbrados a visitar.
Es el Congreso de los Diputados donde el despatarre se ha instalado no sólo en los insignes asientos, también está en las bocanadas de mierda que salen de la boca del portavoz del equipo de gobierno.
Y es curioso, porque aunque estemos acostumbrados a su repulsivo lenguaje, nos sorprende cada día con una nueva asquerosidad.
Creo que se ha ganado el lugar que ocupa de portavoz, con trabajo, con poco esfuerzo pero con un trabajo impecable. Alguien tiene que soltar toda la bilis que acumula un partido con tanta corrupción entre sus filas y el señor Hernando Fraile es el más adecuado. Ha de tener la desvergüenza suficiente, para soltar salvajadas casi diarias, y no hay quien le eche la pata, ¡es digno de su labor de portavocía!.
Sólo ha habido tres mociones de censura en el Parlamento en los cuarenta años de democracia, y la última tiene el honor de ser la primera donde un diputado ha conseguido que se hable más de sus cínicas intervenciones, que de la moción en sí.
Parece ser que la ley mordaza solo se aplica para lo que queda fuera del graderío parlamentario, dentro se puede insultar, denigrar, amenazar, mentir… Y no pasa nada.
La permisividad con la que algunas de sus señorías oran ante un país pasivo, daña la credibilidad y la dignidad de un hemiciclo, desafortunadamente acostumbrado a los más aciagos episodios en la política nacional.
Por ejemplo, el despatarre de los primeros años de democracia, cuando se obligó a sentarse a los parlamentarios con ímpetu, aludiendo a las partes nobles femeninas, que un impresentable con uniforme se atrevió a gritar, no es excusa para que se siga haciendo o deshaciendo a placer de los representantes parlamentarios. Se les olvida que son elegidos por los millones de personas que quedan fuera, esperando una solución a los problemas que ellos mismos, en ocasiones, provocan.
Ese nuevo concepto de despatarre, es viejo. Tan viejo como la madera que recubre el salón de plenos del Parlamento. Aún así, tiene el honor de dar cabida a juicios heterogéneos, a trajes manchados de barro, a cabellos tejidos y enredados, a pechos descubiertos, a groserías salidas de micrófonos indiscretos, a aprobaciones de leyes que cambiaron la historia, a duermevelas, a juegos, a acuerdos, a desacuerdos, a cambios, al amor por un sillón, a grandes discursos… a Historia.
Este es el despatarre del que hay que preocuparse. El otro despatarre, ese del que todo el mundo habla, se soluciona con pedir a los señores con amabilidad, en principio, que guarden la huevera, no vaya a ser que con tanto abrimiento de piernas se ocasione un estropicio.