Al parecer cuando pequeña, era de ubicación fácil, me colocaban donde mejor conviniese, es lo que tiene ser la tercera, ya cuentes por arriba o por abajo.
Sin salir de la provincia de Málaga, en mi niñez pasaba largas temporadas en casa de mis tíos, mi versatilidad era propicia para cualquier emplazamiento, y siempre he agradecido el poder estar en casa de mi familia, paterna o materna, era indiferente, me gustaba estar con ellos.
En realidad no entendía porqué ese “sacrificio” de separarme de mis hermanos, aunque al cabo de unos días se me olvidaba y lo pasaba muy bien.
Pero la mejor época era el verano, ya fuese en mi casa o con mis tíos, la época estival era especial.
Cuando las chicharras empezaban sus cánticos cansinos e insoportables hasta que te acostumbrabas, era la señal inequívoca que se acercaba la hora de la playa los domingos o los pozos del río, durante la semana.
Había dos Mioporos o Siempreverde en la puerta de mi casa, que daban sombra y proporcionaban unas bolitas rojas con las que jugábamos a hacer grandes platos cocinados a base de buen barro, con guarnición de hojas verdes y el fruto rojo del mioporo. Uno de ellos era ya tan alto que sus ramas nos servían de casa en los juegos infantiles, ¡cuanta agilidad!.
El calor en el interior de la Axarquía es conocido y sufrido, pero cuando se es una niña, ese bochorno parece que no se nota tanto, al menos yo no lo recuerdo asfixiante.
Antes de que se hiciera la piscina si teníamos que refrescarnos, había distintas opciones, la que más nos gustaba era bajar al río. Esto era bastante antes de que el pantano restringiera el flujo del preciado líquido, cuando el agua corría todo el año y se formaban pozas donde jugar y aliviar el calor.
La mejor era la de “la curva” porque era algo más profunda y tenía en el borde una inmensa roca que hacía las veces de trampolín, eso sí, para los más osados. Recuerdo que antes de entrar, el agua era transparente, incluso había pececillos y otros animalitos más largos y desagradables, pero en cuanto entrábamos, la transparencia desaparecía y la fauna huía despavorida ante tamaña invasión de su espacio.
En estos veranos de mi recuerdo infantil y adolescente, había de todo: calor, luz, color y sobre todo familia. Ya no sólo mis hermanos y mis padres, en verano mi casa era el centro de acogida de mis primos, de los que vivían más cerca y sobre todo, de los que venían de más lejos. Era el retorno temporal al pueblo.
La casa se llenaba de gente, de risas, de comidas, de noches al fresco… ¿será ya hora de ir a la feria?