Los convencionalismos sociales a lo largo de la historia, han dado lugar a los más dispares y disparatados momentos en la vestimenta, o la falta de ella, en las distintas civilizaciones y movimientos culturales a los que el atuendo ha estado sometido.
Desde que Adán y Eva nos ofrecieran la visión de sus “esculturales” cuerpos ataviados únicamente con hojas de parra según unos o de higuera según otros, el vestir en el hombre y la mujer, ha estado ligado no solo a la moda, también al puritanismo vigente en cada época.
No sé en qué momento el peso de la historia en el vestir, recayó exclusivamente en la mujer y en lo oculto que debía de estar el cuerpo femenino para, entre otras cosas, no ofender a los hombres con la ligereza del atuendo.
El honor de una persona, incluso de una familia, depende de la mujer y sobre ella recaerá el peso de tan trágica responsabilidad. Y dependerá de su vestimenta, de su peinado, de su forma de hablar o de mirar. Así tal cual, sin sonrojos.
Pero, aunque la obligación de tan cuestionado honor incide en la figura femenina, no está muy claro cómo hay que actuar, ni cuando hay que poner o quitar ropa, al menos yo estoy confusa. Veamos.
Si una mujer está, por ejemplo, en la playa y sus partes más admiradas están al descubierto, se le sancionará por impúdica y por alterar el orden y la mente de quien la mira. Pero si va a refrescar sus encantos en las azules aguas del mar y tapa su cuerpo de pies a cabeza, igualmente se le condenará, porque tampoco es adecuado su traje de baño, ya que ofende al resto del mundo.
El largo de la falda de una mujer, determinará su honradez, la profundidad del escote, medirá su decencia. Por supuesto, la falda escocesa queda al margen.
Sin embargo, un hombre decide cuando su torso puede descubrirse, ya sea para controlar la temperatura corporal o por un arrebato de exposición abdominal gallarda, nadie le manoseara ni correrá peligro por ofender a una mujer y mucho menos estará expuesto a una violación. Al parecer las glándulas mamarias femeninas tienen connotaciones negativas para la salud del decoro, que las del hombre no poseen.
Así nos encontramos en esta tesitura cuanto menos comprometida para la mujer, que no para el varón. No sabemos a quien criticar más, si a la mujer que usa burkini o a la que decide tomar el sol en braguitas. La censura en ambos casos es hipocresía y estupidez y hace de la libertad de elegir cómo vestir, una cuestión de honor… y de estado.