Existen numerosos estudios e investigaciones que abalan los efectos nocivos de estos sistemas agrarios de producción y el uso de herbicidas, plaguicidas, fertilizantes sintéticos y maquinaria pesada producen contaminación de ríos, lagos y océanos; compactación del suelo; pérdida de biodiversidad y fertilidad natural; intoxicación por fumigaciones de personas, animales y plantas; problemas de polinización; alimentos contaminados y alimentos menos nutritivos.
La aplicación constante de fertilizantes y fitosanitarios en la agricultura intensiva, es una de las principales causas de contaminación por nitrato de las aguas subterráneas.
Sin ir más lejos y desde el punto de vista de salud ambiental, se ha podido demostrar que la ingesta de nitratos en agua y alimentos tiene efectos sobre las personas. Un ejemplo, es la modificación de la mucosa gástrica e intestinal, que altera la función digestiva, siendo un factor de riesgo en la aparición de cáncer gástrico (Valls-Llobet, 2018). Lo que debería llevarnos a formular la siguiente pregunta, ¿cuánto cuesta nuestra salud? ¿Y la de nuestros familiares? ¿Acaso alguien se atrevería a ponerle precio?
Entre otros efectos que provoca la agroindustria, destaca el desperdicio de alimentos y recursos (cada año se tira 89 millones de toneladas de alimentos en la UE y 8 millones en España), sobre-envasados con plásticos (el mayor % de restos plásticos proviene del sistema agroalimentario), desperdicio de alimentos en hogares y comedores (cada habitante de la UE desperdicia de media unos 179 kg de alimentos al año, según informe del Parlamento Europeo), materia orgánica no reciclada (entre el 30 % y 50 % de los alimentos comestibles se convierten en residuos).
Por otro lado, el sistema agroalimentario es considerado como un eslabón de una larga cadena, donde en las capas intermedias están los intermediarios. Estos agentes deslocalizados de un sitio de producción y un colectivo de consumo, favorece la bajada de precios de ventas, principalmente en productos hortofrutícolas perecederos. La excesiva manipulación en las grandes cadenas de distribución supone una de las principales fuentes de contaminación alimentaria, aumentado así el riesgo sanitario.
Dentro de esta amalgama de interacciones y desequilibrios de poder que encierra nuestro modelo de agricultura y consumo. Podemos destacar el desequilibrio que integra la relación costes y beneficios. Observándose en los últimos años un incremento en los costes de producción afectando directamente a las personas que labran la tierra mientras que los beneficios se quedan por el camino.
Referencias
- Parlamento Europeo (2012) Resolución de 19 de enero de 2012, sobre cómo evitar el desperdicio de alimentos: estrategias para mejorar la eficiencia de la cadena alimentaria en la UE (2011/2175(INI))
- Riechmann, J (2001) Todo tiene un límite: ecología y transformación social. Ed Debate.
- Valls-Llobet, C, (2018), Medio ambiente y salud, España, editorial Cátedra. Universitat de València.