La noticia en la blogosfera económica americana ayer giraba alrededor de una hoja de cálculo. Más concretamente, un archivo de Excel que Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart utilizaron para calcular las estimaciones de uno de los artículos académicos más influyentes de los últimos años, “Growth in a Time of Debt“.
¿Qué dice el artículo exactamente? Bueno, sin extenderme demasiado, Rogoff y Reinhart llegan a la conclusión que los países sufren una caída dramática de su tasa de crecimiento cuando su nivel de deuda pública supera el 90% del PIB. Vaya por delante, este artículo no fue publicado tras peer review; aunque salió en American Economics Review lo hizo en la sección de “breves”, por así decirlo, basado en las notas de una conferencia. Un apunte rápido, pero sin revisión editorial previa.
El artículo tiene, por decirlo de algún modo, tres grandes virtudes: primero, es fácil de explicar, con una lógica sencilla y directa. Segundo, las matemáticas del modelo son lo suficiente sencillas para no intimidar demasiado (unas cuantas correlaciones) pero lo suficiente complicadas para dar impresión de seriedad y que un periodista no les preste demasiada atención. Tercero, y más importante, “Growth in a Time of Debt” da la razón de forma plena, completa y abrumadora a todo político y columnista serio, adusto y conservador que quiera crujir un continente a base de austeridad durante la próxima década.
El efecto ha sido curioso. Cualquier observador medio familiar con estadística o economía leerá el artículo y dirá, casi de inmediato, que “correlación no equivale a causalidad“. Nada de lo que dicen Rogoff y Reinhart elimina la posibilidad que el crecimiento económico lento sea la causa y no la consecuencia de elevadas tasas de endeudamiento. El modelo matemático del artículo es ridículamente sencillo; es literalmente imposible decir con certeza que la deuda pública está provocando crisis con los datos presentes.
En el mundo de la política americana, sin embargo, no hay demasiados observadores medio familiares con estadística y economía, y sí muchos columnistas solemnes, políticos republicanos y centristas con ganas de dar lecciones de hambre al resto del país dispuestos a creerse cualquier estudio que les dé la razón. El artículo de Rogoff y Reinhart, una curiosidad estadística en un rincón de una revista que leen cuatro gatos para promocionar su (excelente) libro, fue abrazado por el movimiento conservador americano como La Gran Verdad Económica Relevada que demuestra que Estados Unidos bajo Obama es peor que Grecia y vamos a morir todos. Paul Ryan se pasó toda la campaña electoral blandiendo este dichoso artículo por todo el país. Los republicanos estuvieron a punto de destruir el mundo dos veces con la burrada del techo de la deuda aullando los nombres de Rogoff y Reinhart. Y qué decir de la política europea, donde los amantes de la austeridad bien entendida (la que empieza con los otros, se entiende) han encontrado en el artículo una excusa fantástica para infligir sufrimiento y desolación a todo aquel país que estuviera sufriendo una crisis de balanza de pagos o burbuja inmobiliaria.
El artículo de Rogoff y Reinhart, sin embargo, tenía un pequeño problema: los números estaban mal hechos. Durante los últimos años varios autores habían intentando replicar sin éxito los resultados del artículo original. Este año, tres economistas en Amherst, Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin, pidieron a Rogoff y Reinhart una copia de la hoja de cálculo que estaban utilizando, y le echaron un vistazo. Mike Konczal resume las conclusiones de su análisis aquí, pero la la historia es simple: “Growth in a Time of Debt” omite un número considerable de observaciones de países endeudados y crecimiento sin demasiada justificación, utiliza un sistema para agregar datos como mínimo cuestionable, ya que da menos peso a países con niveles de deuda elevada continuados a aquellos que tienen “picos” con crisis, y tienen un par de errores de bulto en las fórmulas de Excel que utilizaron en su modelo. Para los académicos, utilizar Excel ya es crimen suficiente (la mayoría de economistas se mofarán si te ven usando Stata, por no decir SPSS), pero el hecho que un artículo tan desproporcionadamente popular tenga una pifia así de grave es para echarse a llorar.
En el artículo inicial, Rogoff y Reinhart llegaban a la conclusión que el crecimiento medio en países con más de un 90% del PIB en deuda pública era -0,1%. Si añadimos los casos eliminados, utilizamos una ponderación más equilibrada y corregimos el error de Excel la cifra es muy distinta, +2,2%. Es teóricamente defendible (aunque el artículo original nunca lo hace, y la verdad, creo que Herndon, Ash y Pollin llevan razón) defender los dos primeros cambios; la pifia en las formulita en solitario, sin embargo, basta para eliminar el crecimiento negativo por sí solo. Aunque los datos, incluso con correcciones, siguen mostrando un crecimiento económico más rápido en países con menos deuda pública (4,2% por debajo de 30%; 3,1% entre 30 y 60%; 3,2% entre 60 y 90% y 2,2% por encima del 90%) la relación entre ambas variables es infinitamente menor, y los resultados son mucho menos convincentes. Por supuesto, siguen sin señalar el sentido de la causalidad, pero ese es otro tema.
La reacción de la blogosfera económica ha sido curiosa. Por un lado tenemos a gente como Krugman soltándole soberanas collejas (otra vez) a Rogoff y Reinhart, y señalando que su justificación/respuesta de hoy es entre débil y espúrea. Matthew Yglesias señala, con razón, que en su respuesta los autores admiten que la correlación es irrelevante y “no hablan sobre causalidad” (ignorad el detalle de Rogoff diciendo lo contrario en entrevistas los últimos años), algo que esencialmente equivale a conceder el debate.
Por otro tenemos la reacción sorprendentemente realista de la izquierda americana, diciendo que esta revelación no tiene puñetera importancia. El motivo: los “austerianos” ya estaban convencidos de antemano de la necesidad de recortar gasto y purgar la economía a latigazos. El artículo de Rogoff y Reinhart era simple munición retórica; la justificación cara a la galería de estrategias políticas concretas. Los republicanos tienen todos los incentivos del mundo para torpedear la agenda de Obama, y simplemente cogerán el artilugio retórico más cercano para hacerlo. Alemania no tiene un interés especial en los niveles de deuda de la periferia; simplemente no quieren cargar con la factura cada vez que un Zapatero o Rajoy cualquier se carga la economía de su país. Los políticos responden a incentivos; sus palabras y creencias son puramente accesorios cara la galería.
De todas las reacciones, sin embargo, me quedo con la de Peter Frase y los peligros del “empirismo” al hablar de política. Primero, recalcar algo que he comentado más de una vez: cuidado con los artículos que te dan la razón. Rogoff y Reinhart confirma los prejuicios de muchos políticos e intelectuales conservadores; la reacción más natural era creérselo. Si alguna vez me veis citar un artículo hablando sobre lo maravilloso que es el AVE, huid como la peste; estoy regalándome mis oídos con cosas que quiero escuchar.
Segundo, cualquier periodista / bloguero / columnista no experto que lee un artículo académico y lo traduce al público general debe andarse con cuidado. Yo puedo tener formación académica y ser capaz de leer algunos modelos sin marearme, pero esto no me hace un experto o nada remotamente parecido; muchos detalles estadísticos importantes pueden pasarme desapercibidos, y no voy a entender la validez de mecanismos causales o premisas del modelo del mismo modo. Muchos columnistas americanos han estado sacando este artículo maldito una y otra vez sonando todo serios sin entender realmente su contenido o ser consciente de sus problemas de origen. Cuando me veáis citar algún artículo curioso y saque grandes conclusiones sobre el futuro de España, recordad que esto lo escribo en mis ratos libres en pijama, antes de irme a dormir; leer cosas raras no me hace más listo, aunque a veces crea lo contrario. Lo único peor que un tonto que hace cosas sin saber es un tonto que cree que sabe lo que hace, al fin y al cabo.
Mientras tanto, el debate sobre la austeridad sigue. Pero de eso hablamos otro día.
Reproducido del artículo en Politikon. Con licencia Creative Commons.