Todos sentimos un escalofrío que recorre nuestra espalda, cuando vemos a niños soldados de los muchos conflictos bélicos activos ahora mismo en el planeta.
Desde tiempos antiguos se han utilizado niños para combatir en guerras o se han servido de ellos como escudos humanos sin importar su inmadurez para afrontar lo que se les viene encima.
Esta actitud tan deleznable nos enfurece e indigna, pero la nuestra es una visión cómoda, vivida desde la lejanía y con la tranquilidad que supone estar fuera de un país en guerra, aún así...¡el dolor es tan cercano!
No nos podemos ni imaginar el sufrimiento al que son sometidos, arrancados de la protección de sus familias, unos secuestrados y otros vendidos como mercancía. Obedecen órdenes sin protestar, los reeducan como soldados y les dan un arma... y ellos sienten el poder que da un arma entre las manos. Para que puedan soportar esa existencia llena de torturas y vejaciones, les “ayudan” con narcóticos, y entran en esa turbia realidad de la inconsciencia. Siempre es el sector más débil de la sociedad el que soporta la parte más dura de un conflicto militar o de intereses, y siempre habrá alguien que se beneficie de todo eso.
Sin embargo, hay un problema igual de preocupante que se solapa entre los “beneficios” del primer mundo: los niños que usan las armas con el beneplácito de sus progenitores y tienen libre acceso a ellas. En el país del “sueño americano”, los niños pueden aprender a utilizar un arma con solo ocho inocentes años, y ese deseo de gloria se trunca antes de lo esperado. Estamos tan acostumbrados a ver en las noticias de televisión, de internet o en cualquier otro medio, los sucesos relacionados con guerras y con niños, ya sea como soldados o como víctimas, que dejamos de lado la muy cuestionable simpatía hacia las armas en Estados Unidos.
Parece que a la todopoderosa Norteamérica, no se le puede censurar ninguna actitud, por muy vergonzante que resulte. Es un problema de tal magnitud, que da miedo incluso hablar de él. Cada cierto tiempo nos dan la noticia de un nuevo “incidente” donde las armas son las causantes de desvaríos juveniles, infantiles o de adultos.
Los americanos son especiales para montar un espectáculo, parecen vivir en una película hollywoodiense, la diferencia estriba en el “The end”. Los finales felices no existen en la vida real, al menos no los que ellos quieren vender al mundo.
Mientras nos llevamos las manos a la cabeza al ver a niños soldados en una cruenta guerra en un país de África, en Estados Unidos las armas campan a sus anchas entre niños, y solo exclamamos: “¡Estos americanos!”
La foto es de Pixabay.