A veces la libertad de expresión se queda en mera anécdota. La cuestión es que por más que queramos defender o expresar nuestras opiniones -siendo indiferente lo que se pretenda manifestar- si no hay una fuerza mayor que lo impida, por mucho empeño que se ponga, casi siempre habrá alguien que tenga la brillante idea de fastidiar nuestra iniciativa.
Hay gloriosos momentos históricos a los que recurrir para poner ejemplos, a saber:
Nuestro muy querido monarca, no tuvo otra ocurrencia que mandar callar al bueno de Chávez, que Dios tenga en su gloria. Hubo tal revuelo, que se puede decir que se llegó a considerar la anécdota como el pasaje de una tragicomedia con peligro diplomático.
Sin salir de la Zarzuela, su nuera, la del monarca, Letizia Ortiz, en su presentación oficial, también instó a su futuro marido, al hijo del monarca, que le dejara hablar. La dama estaba acostumbrada a los noticiarios y no pudo reprimir el impulso profesional. Luego ya se ocuparían de indicarle cuando, donde y como tiene que dirigir su melodiosa voz al pueblo. Desde entonces no hemos vuelto a ver al príncipe pasando apuros por los arrebatos de su consorte.
Salvando las distancias, no ha mucho tiempo, como diría don Miguel, en nuestra actividad política local, hubo un incidente similar a los anteriores. Tal vez el increpado se sintiera dolido o menospreciado ante el impulso de su superior, pero eso es algo que no podemos saber... Parece ser que el reprendido quiso hacer uso de su derecho a réplica, pero su portavoz no lo tenía tan claro, con lo cual, haciendo valer su autoridad y buen criterio, lo conminó a que desistiese de tal derecho.
Este ímpetu del superyo, se evidencia como un acto inconsciente de la compleja personalidad de quien se atreve a dar orden de silencio a un semejante. Este hecho tendría cabida en un momento de la historia donde la vida estuviera regida por un autoritarismo gubernamental, personal, empresarial.... pero en el momento que nos ocupa, está fuera de lugar toda acción de coartar la libertad de los ciudadanos, tal como indica el artículo 20 de la Constitución Española.
De todas formas, en la idiosincrasia patria, tenemos por costumbre decir todo aquello que creemos oportuno, unas veces se acierta y otras se yerra, pero es de justos alabar la sinceridad y desechar la hipocresía.
Foto de Rosa Quesada. Con licencia Creative Commons.