En el momento que una persona, comunidad o entidad, se refugia tras las páginas virtuales, sin otro interés que el de la pseudo protección, está entrando en el inframundo de las habladurías.
Cuando se tienen razones y explicaciones coherentes y la información a dar es veraz, se pueden utilizar todos los juicios necesarios, con lo cual, todas las aseveraciones vertidas sobre otras personas o grupos de personas, se podrán defender sin temor al ridículo o al rechazo.
Sin embargo, cuando lo único que se pretende es la infamia, el ultraje, la acusación, sin otro fundamento que una exacerbación pueril, el problema es grave.
La intransigencia de la que algunas personas hacen gala, con el tiempo se vuelve en contra. Si su único fin es el enfrentamiento larvado, son los más desfavorecidos de cualquier ámbito social, los que finalmente serán victimas.
La falta de modestia lleva al hombre al atrevimiento de proferir los más desatinados criterios, en el convencimiento de que será oído y aclamado. Pero incluso los más grandes oradores, cayeron en tan nefasto error. De este modo, la persona o grupo de ellos que lanzan a mansalva improperios hacia los demás, no merecen el reconocimiento de sus actos y de sus palabras.
No se tiene autoridad moral para el insulto, si cuando lo únicamente difundido a través de la red, es la animadversión hacia todo lo que se interpone en el camino establecido para el interés personal.
La autocomplacencia en el vertido de sandeces virtuales, estimula el ego y proporciona cierto sosiego, cuando la conciencia pide clemencia y aprehensión.
Pero cuando se llega a un punto de no retorno -lo expresado en un espacio fuera de lugar- con consecuencias inaceptables, no hay condonación o indulgencia hacia dichas exégesis.