El día 30 de noviembre tuvimos el placer de tener un visitante especial, Antonio Enrique, escritor, poeta y profesor de literatura en Guadix.
Llegó a nuestro Llano invitado por la biblioteca de Ventas de Zafarraya, dentro de los circuitos de Diputación. Allí nos unimos los talleres de lectura de las bibliotecas de Alhama y Zafarraya. También quisieron estar presentes las escuelas de adultos de ambos pueblos.
Hacía frío en el Centro Cultural, aún así, esperábamos impacientes a nuestro invitado. Con algunos pequeños problemas técnicos, como el sonido o la iluminación, comenzó una amena e interesante charla, donde Antonio recitó poemas y contó anécdotas y vivencias de sus años como poeta y escritor.
Quedó impresionado con el entorno y peculiaridad de la zona, que era la primera vez que visitaba.
Dijo que la modernidad no está en las ciudades, sino que se encuentran en la naturaleza, en el encanto de un atardecer o en la caída de las hojas en otoño.
Gran parte de su obra habla del dolor, de la tristeza, a veces cruel y desoladora.
Antonio Enrique ve el fracaso actual de la cultura como consecuencia de la incompatibilidad con los mercados, pero apunta a que “en tiempos de crisis una vía de escape son las artes, como la poesía, la música, la pintura...”
Al profesor no le gustan las rimas, su poesía está narrada con libertad, sin el corsé de ir combinando rítmicamente las palabras, sin embargo, mantienen la musicalidad poética.
Habló de lo sagrado y lo mundano. De su experiencia en el país vasco, donde con su mano, taponó la herida de un hombre víctima de un atentado, y de la soledad que sintió en aquel momento de terror.
También de su paso por Londres, buscando una “invisibilidad” para, quizás, curar heridas.
Nos contó lo que se siente al borde de una lipotimia, en la fantástica y bochornosa Córdoba estival, lo que puede ser altamente peligroso, pero de donde salió “La Quibla” , tal vez buscando su propia orientación espiritual.
Docto en historia, se recrea en la narración de pasajes cotidianos de otra época, pero tan cercanos como pudo ser la vida en el castillo de la Calahorra, que queda plasmada en uno de sus libros.
La tarde se nos hizo corta, escucharle era un disfrute para los aficionados a los relatos históricos, donde don Antonio nos deleitó con algunas encantadoras leyendas, resultado de su trabajo de investigación.
La tarde se convirtió en noche y con el sabor de una copa de resol y un rosquillo tonto, Antonio Enrique se despidió, pero con el propósito de volver, para poder entonces apreciar el Llano de Zafarraya en todo su esplendor.